Niños resolviendo problemas

Esta semana, mis pequeños estudiantes me recordaron lo capaces que son de resolver problemas cuando los invito a participar. Gus, uno de mis nuevos estudiantes, adora tanto los animales de juguete que, a la hora de limpiar y poner las cosas en su sitio, se fastidiaba porque no quería guardarlos en la canasta, sino dejarlos en el estante, donde podía seguir viéndolos.

Durante la reunión de reflexión —un momento del día en el que converso con los niños sobre alguna idea o situación de la clase— pregunté: “¿Qué podemos hacer para ayudar a Gus a guardar los animales en la canasta?” Jairo sugirió hacerlo por él, pero cuando los niños lo intentaron, Gus protestó. Entonces Frieda propuso, casi sin darle mucha importancia: “¿Y si los dejamos en el estante, como él prefiere?” En ese momento entendí que no era Gus quien necesitaba ayuda, era yo. Como maestras, no siempre es fácil dejar de lado nuestras expectativas, pero en este caso no era nada grave. Decidí ser flexible y permitir que Gus dejara los animales en el estante. Como por arte de magia, el problema desapareció: Gus quedó tranquilo y la clase siguió adelante sin dificultad.

Desde entonces, esta sencilla solución se ha vuelto parte de nuestra rutina de limpieza. Los compañeros de Gus le entregan los animales, y él los acomoda con cuidado en el estante. Lo que comenzó como un desafío se ha transformado en un acto diario de cariño, mostrando cómo los niños usan la empatía y la creatividad para resolver problemas juntos.

Me pregunto: ¿qué otras expectativas mías podría dejar de lado para dar paso a la creatividad de los niños? ¿Y cómo cambia la dinámica del aula cuando confío en las soluciones que ellos proponen?

A su manera, Gus acomoda los animales en el estante.